19.5.08

DESDE COLOMBIA. Darío Fernando Patiño.


PRÓLOGO PARA UN PROLOGUISTA

Que satisfacción poder venir dos veces en menos de 24 horas a la Gobernación del Quindío por razones muy diferentes de las políticas o burocráticas. Que emoción asistir a dos alumbramientos, como la exposición de Olga Lucía Jordán “El alma de las flores” y el lanzamiento del libro de José Nodier Solórzano, “Historias del Prologuista”. Esta misma semana en Bogotá, recibí el libro Algo pasa en casa de la sicóloga Maria Elena López, que aunque no sepamos es una de las quindianas que más libros ha publicado. Tres amigos, tres artistas, tres trabajadores incansables en sus disciplinas.

He dicho que estoy asistiendo al segundo de los alumbramientos, y no a la presentación de un libro, porque así lo puedo asumir más como un acto humano que como un trabajo de análisis literario. Con perdón de los amigos literatos, no me voy a dedicar exclusivamente a mirar detalles de forma o de técnica, ni a hacer comparaciones bibliográficas o referencias históricas.
Prefiero hablar, en principio y especialmente, del logro de un luchador consistente y obstinado. De un hombre que desde muy temprano, asumió voluntariamente y sin ninguna influencia, ni presión, ni herencia, la batalla con las palabras y las historias. Una batalla solitaria, si se tiene en cuenta que en una época de colegio y en Calarcá, es más cómodo y hasta más aceptado, tomar los caminos del deporte, el ocio, la conquista o la rumba.

Desde muy jóvenes le decimos poeta. A otros compañeros de colegio los llamábamos por lo que fueron en esa época, y que dejaron de ser. José Nodier en cambio fue y sigue siendo, un lector y un escritor. Pudo haberse perdido en la burocracia o en la política. Pudo dejarse embelesar por un cargo público y la inútil vida social que esto conlleva. Pero no. Hizo de la lingüística y literatura su carrera universitaria y su oficio, a veces permanente, a veces paralelo, pero siempre consistente.

No ha sido sin embargo una carrera frenética. Como su propia manera de ser, de caminar y de hablar, ha ido serenamente, poco a poco. Pero eso no significa que no haya sido temprana. Ganó un concurso nacional de cuento juvenil, cuando la mayoría de sus contemporáneos ni siquiera sabíamos qué era cuento o por lo menos creíamos que cuento era uno de esos comics que alquilaban en puestos de revistas. El profesor de español, don Gonzalo Gutiérrez fue el encargado de enseñarnos lo que representaba el triunfo de Nodier.

Escribía poesía, cuando todos creíamos que solamente eran poetas unos señores mayores, calvos, encorbatados y bohemios. ¿Pero un vecino de pupitre poeta?. ¡Increíble!. Y hasta objeto de no pocas burlas.

Nodier siguió abriendo caminos silenciosamente y sin estridencias. Muchos de ustedes no sabrán que durante casi tres años, este calarqueño que de Bogotá apenas conocía dos calles, se convirtió en el escritor en la sombra de los discursos y mensajes de un alcalde de Bogotá. Hizo tratados sociológicos sobre la capital, informes económicos, políticas de seguridad y saludos a reinas y visitantes ilustres.

Ese paso por la administración de una de las ciudades más pobladas de América Latina le hizo creer que podría formar parte del gobierno de Calarcá. Por fortuna el experimento no duró mucho: por fortuna al menos para la literatura. Porque siguió escribiendo como columnista y ganando premios inesperados como un nacional de cuento en Barrancabermeja. Sin abandonar sus inquietudes políticas, canalizadas esta vez al gremio de los escritores. Por eso es ahora el Presidente del Consejo Nacional de Literatura.

Pero lo más importante. Y que nos reúne hoy, es que con este libro “Las historias del prologuista”, tenemos en nuestras manos la sospecha (y hasta la evidencia) de que Nodier no ha dejado de escribir ni un día. La impresionante técnica aquí desplegada, demuestra un escritor de oficio, un lector de formación, un narrador estructurado. No estamos ante uno de los acostumbrados textos de remembranzas, cargados de retórica y almíbar. No es un libro paisajista ni un anecdotario regional.

¿Qué es entonces?

Confieso que esa pregunta me estaba atormentando. Lo lógico sería que en la presentación yo dijera de qué trata, como cuando se cuenta una película o una novela. Pero no es fácil. En buena hora me encontré anoche con Humberto Senegal, gran escritor y gran lector. Y empezó a definirme el libro con una fluidez y una convicción que preferí pedirle que no me dijera más para no caer en la tentación de plagiarlo. Aunque creo que será inevitable que lo haga. No solo porque me parecieron muy sabios sus comentarios sino también porque los comparto plenamente.

Comparto que es un libro que romperá con todos los esquemas en nuestra narrativa regional y que si sigue su camino,- y ojalá suceda-, sorprenderá en otros ámbitos. Es un libro que se puede leer como novela, como cuentos separados, o como autobiografía. Nodier experimenta en diversos géneros: aparece como cuentista, como prologuista, como analista literario. Pero ni siquiera aparece. Pone a otros a hablar de él. Hay una diversidad de narradores que se refirieren a un José Nodier Solórzano Castaño que está desaparecido, perdido en sus misterios y en sus mentiras. Solórzano Castaño, a quien el autor –en un desdoblamiento magistral- califica de farsante e impotente en la creación y en las noches de cama, es el incierto protagonista y a la vez anti galán de unos hechos insólitos y de unas historias de desamor que se cruzan y se explican a través de una serie de cartas.

Cartas mezcladas con relatos. Relatos precedidos de aforismos. Notas introductorias y aclaratorias, epílogos. Un rompecabezas complejo pero a la vez fácil de armar.

Fácil porque Nodier hizo un trabajo de asepsia con su lenguaje. Sabe bien los riesgos de nuestra influencia retórica y se cuida de caer en la trampa de las exuberancias. No se preocupa por eternas descripciones de lugares. Son unas pocas calles, unos cuantos hoteles, algunos puntos de referencia conocidos y familiares en Calarcá, Armenia, Bogotá o Neiva. No se va a buscar los nombres de sus protagonistas en las lápidas de los cementerios como dicen que hacía Rulfo. Son los nombres de su hijo, o las adaptaciones poco disimuladoras de los nombres y de los apodos de sus amigos. Digo: son los nombres o adaptaciones de los nombres. Para que no se tome con mucho realismo y terminen algunos amigos reclamándole por el papel indecoroso que les atribuye en las historias.

Las historias del prologuista es sorprendente en muchos sentidos, además de los ya anotados. Es un libro que contiene ya su propia crítica. El autor pone en la boca de otros, duras, durísimas palabras contra los textos de Solórzano Castaño. Lo descalifica en lo íntimo y en lo profesional. Deja por el piso su estilo y su técnica, como si se estuviera preparando para la inclemencia de sus colegas, que él conoce y padece plenamente. Pero como batallador de la palabra, también lanza puyas, y bien duras, contra otros escritores. Y escritoras. Porque la literatura femenina no se salva.

Me preguntarán los lectores desprevenidos y comunes y corrientes si es un libro entretenido. Yo diría que si como entretenido se endiente un libro de aventuras, de nubes, ríos y montañas, de lucha de pobres contra ricos, de bromas y de anécdotas, no lo es. Pero lo es si aceptamos divertirnos con la literatura como quien se divierte en una montaña rusa.

Son relatos de soledad, de marginamiento, de infidelidad y traición. Una prostituta solitaria en busca de un amor imposible, un padre sospechosamente consentidor con su hijita, una esposa de director de prisión que se entrega en una terrible terapia con los reclusos y un arquero de futbol que después de reunir todas las condiciones sale goleado por una traición amorosa. No hay finales felices en las historias. El final feliz se produce cuando al leer uno las últimas líneas, se da cuenta de que ha llegado a su punto culminante un gran trabajo. Una gran obra. Y uno quiere devolverse para entenderla mejor, para sentirla plenamente. Es lo que hecho en las últimas horas, después de que Senegal me dijera: léela con cuidado. Creía que lo había hecho, pero repasándola comprobé que no me equivocaba en mi juicio inicial y que no era simplemente que estuviera celebrando el esfuerzo de una persona cercana.

“Debes sentirte orgulloso de presentar este libro”, me sentenció Senegal.

Profesionalmente me siento orgulloso. Muy orgulloso.

Personalmente me siento complacido, feliz… muy feliz de hacerlo…

Darío Fernando Patiño
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1 comentario:

El Cultural dijo...

Bueno, pues como estudiante de periodismo y amante de la literatura y la escritura, he quedado tras esta presentacion, deseosa de leer el libro de Nodier. Muchas gracias.